Desde que los ángeles sucumbieron ante el deseo y vinieron a la tierra para hacer suyas a las hijas de los hombres, dos razas han crecido en simultáneo aquí, en el tercer planeta desde el sol.
Las diferencias, tan marcadas al principio, fueron cambiando con el tiempo: la raza descendiente de aquel atrevimiento celestial amaba cada día más éste complicado mundo y sus deleites; mientras que nuestra raza terrenal, pura, y carnal; buscó tanto y tanto el ideal cielo, que cada día tomaba más distancia de éste mundo en que perecen todos los sueños de los mortales.
Ahora, miles de años después de los primeros híbridos, ni siquiera los más expertos angélico-antropólogos logran hacer la correcta clasificación de aquellos seres.
Sin embargo, de vez en cuando son gestadas algunas afortunadas criaturas con tan singulares genes, que aquellos casi extintos caracteres etéreos y divinos se manifiestan de nuevo, en todo su esplendor; ¡tan dominantes..! que dejan relegado el fenotipo humano y carnal a un último lugar.
Angélica del Valle, por ejemplo, es quizá de ésta teoría la mejor prueba viviente. Lo noto cada vez que pasa a mi lado por los jardines del barrio.
Yo, como todo un mortal, nada puedo hacer ante ese impetuoso remolino de viento que me envuelve quitándome de golpe la respiración -han de ser sus alas invisibles que se agitan recordando los jardines de la otra dimensión-.
Pues bien... cuando intento fijar mis ojos directamente en sus pupilas... ella me doblega la mirada con ese brillo mágico forjado quizá hace milenios en alguna distante explosión de supernovas, ese fantástico resplandor que seguramente quedó grabado para siempre en la poderosa retina de su arcángel ancestro.
De hablarle... ¡Ni se diga! Porque, aunque es obvio que ella pueda entender todos los idiomas del planeta, -Incluso el tartamudo-, yo aún no estreno el libro de lenguas angelicales que encontré escondido en el compartimento más alto del estante azul, junto a los libros de yoga, en esa extraña librería céltica del centro, famosa por su mágico perfume de sándalo y canela.
¡Que suerte tengo! -pienso-. Pues por mi sangre no corre el mas leve asomo del linaje celestial. De ser así... ninguna terrestre criatura enamorada pudiera reflejarse en mis ojos, o besarme; ni mucho menos abrazarme, o amarme aún en medio de mi profunda soledad. Si fuese como Angélica, y sus ancestros celestiales, tampoco a mí podría acercarse alguna simple mortal sin mas riqueza que un corazón enamorado, y es por ello, que a pesar de todo, prefiero seguir siendo tan humano como soy.
¡Que mala suerte! -pienso luego-. Pues sólo aquella etérea mujer-ángel, a quien ni siquiera mirar puedo, ha sido quien desde siempre ha hecho volar hasta sus cielos mi imaginación.
Yo, como todo un mortal, nada puedo hacer ante ese impetuoso remolino de viento que me envuelve quitándome de golpe la respiración -han de ser sus alas invisibles que se agitan recordando los jardines de la otra dimensión-.
Pues bien... cuando intento fijar mis ojos directamente en sus pupilas... ella me doblega la mirada con ese brillo mágico forjado quizá hace milenios en alguna distante explosión de supernovas, ese fantástico resplandor que seguramente quedó grabado para siempre en la poderosa retina de su arcángel ancestro.
De hablarle... ¡Ni se diga! Porque, aunque es obvio que ella pueda entender todos los idiomas del planeta, -Incluso el tartamudo-, yo aún no estreno el libro de lenguas angelicales que encontré escondido en el compartimento más alto del estante azul, junto a los libros de yoga, en esa extraña librería céltica del centro, famosa por su mágico perfume de sándalo y canela.
¡Que suerte tengo! -pienso-. Pues por mi sangre no corre el mas leve asomo del linaje celestial. De ser así... ninguna terrestre criatura enamorada pudiera reflejarse en mis ojos, o besarme; ni mucho menos abrazarme, o amarme aún en medio de mi profunda soledad. Si fuese como Angélica, y sus ancestros celestiales, tampoco a mí podría acercarse alguna simple mortal sin mas riqueza que un corazón enamorado, y es por ello, que a pesar de todo, prefiero seguir siendo tan humano como soy.
¡Que mala suerte! -pienso luego-. Pues sólo aquella etérea mujer-ángel, a quien ni siquiera mirar puedo, ha sido quien desde siempre ha hecho volar hasta sus cielos mi imaginación.
Jaime Falcone (Softhwords® 2018)
"Sinfonía para cupido"
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